Caminaba por las veredas
polvorientas, a sus escasos 20 años, recorría con un morral sobre el hombro,
toda su riqueza y posesión. Las chancletas que dejaban ver sus dedos desnudos
empolvados se dirigían a su destino sobre aquellos campos. Después de algunos
laboriosos años había abandonado el monasterio donde en alguna oportunidad su
madre lo había regalado como muestra de su pobreza. Como ángel huérfano se
capacitó en la lectura y escritura, en las leyes de Dios, el catecismo,
habiendo llevado una simple vida de meditación.
Después
de haberse ordenado, como clérigo, le fue enviado ha predicar y ejercer su
apostolado a los pueblitos de las áreas mas desposeídas de la región. Siempre
cargaba su camándula como cadena alrededor de su cuello así como su conciencie
como el libro de salmos que le había
regalado en la congregación.
Su
apostolado se había cimentado en la parroquia grande de la villa, donde al haber
recibido las quejas de tantas agresiones de sus parroquianos y enterarse de los
maltratos, incluso masacres, se había tornado un férreo defensor de la gente
pobre del lugar, a quienes protegía, ayudaba, dando consejos y enfrentándose a
los elementos de la dictadura quienes lo tenía en la mira como un
antigobiernista.
Sus
sermones cargados de mensajes de solidaridad y de insinuación a no dejarse
machucar por la bota del ejército, le habían llevado a sufrir en ocasiones
ataques, golpes y atentados en contra de su vida. En cierta oportunidad a
través de la curia le había recomendado a no inmiscuirse en los asuntos del
estado, pero el amor a sus feligreses lo hizo hacer caso omiso de las ordenes
de arzobispado.
Deambulaba
por las faldas de los cerros en búsqueda de enfermos y de mas de algún
guerrillero que había caído en batalla, a quienes llevaba en hombros hasta la
casa parroquial con el fin de curarlo, en otros casos para darle cristiana
sepultura allá en las montañas.
Y
como él decía gozaba de la protección de los pobladores además de la bendición
de Dios, así en su vida misionera, en los ratos de ocio le gustaba de
encerarse, se sentaba a escribir memorias y a rezar en compañía de su vieja
camarada de pedrería. La camándula.
Así
en cierta oportunidad, cuando los vientos de la tarde se acercaban, anunciando
la llegada de la oscuridad, apostado en una del reclinatorio de altar mayor, se
embebía en sus oraciones y pensamientos de religiosidad
El
rosario se bamboleaba en las manos del curita que de rodillas clamaba a su
Dios, cada una de las cuentas corrían entre sus dedos, mientras con el pulgar
las empujaba haciendo pausas. Eran como pétalos de oración que circulaban en
suspenso, los pensamientos dirigidos hacia el cielo. Donde el silencio de la
capilla se veía interrumpida entre las encendidas mechas de las candelas en
medio de las columnas de incienso, que mostraban los suspiros de las letanías.
En
las afueras de la capilla se dejaron escuchar, los estruendos de disparos, el
fragor de una refriega, que retumbaba entre silbido de balas y estallidos de bombas:
Los temblores se estremecían en las paredes y los gritos vehementes de los
participantes imprimían el sello de pánico en el eco de las calles.
La
lamentos y empujones se dejan escuchar y se hace presente cuando un grupo de pobladores
hace denodados esfuerzos en somatar violentamente y con sendos empujones sobre
el zaguán de la entrada, la nave principal del templo, hacía de resonancia a
tales gritos, la puerta que se sostiene con una tranca que atravesaba el
madero. Las quejas de los hombres y los ayes de las mujeres circulaban formando
eco en las paredes de hormigón del templo.
El
religioso se puso de pié, se santiguó, luego de besar el crucifijo en su mano, salió en carrera, hacia la entrada donde los
atrincherados pobladores se escondían ante el inminente ataque de las fuerzas gubernamentales,
de grandes zancadas se dirigió hasta el zaguán, botó la tranca, esta cedió a la
presión del exterior, tras un rechinido las puertas se recostaron a los lados,
dando la apertura. de la puerta. En tropel ingresan, hombres, mujeres y niños, que
en indomable pánico se avalanchan hacia el interior. El sacerdote les hace
señas y les muestra a donde dirigirse, los guía en el camino para que busquen
refugio en las antiguas catacumbas debajo de la sacristía.
Varios
campesinos se apostaron en le entrada en procura de cerrar la pesada puerta,
apuntalándola con restos de bancas y varios parales para asegurarla. En las calles los soldados se aglomeran para dirigirse
a toda prisa en búsqueda de las víctimas. Rompiendo cuanto encuentran a su
paso, con sus fusiles en son de lucha rastrean cada centímetro de calle con el
objetivo de amedrentar a los que se escabullían y también a los que se asomaban
llenos de curiosidad a las ventanas.
En
el escondite dentro del templo, el silencio se hacía perenne, mientras unos
ayudaban a bloquear la entrada y escalinata hacia las bóvedas, otros
aprovechaban dentro de la oscuridad para protegerse y sobre todo buscar otras
opciones de salida de los túneles que corrían por debajo de la iglesia.
El
calor se aglomeraba en el encierro, las mujeres presas del sentimiento de miedo
acuchuchaban a los niños mas pequeños, haciéndolos permanecer callados
zampándole la chiche entre la boca, los
varones buscan por todos los medios permanecer quietos, en la protección de sus
propias familias, las que se agazapaban a lo largo de los pasadizos húmedos y
fríos.
Las
fuerzas del ejército aun se enfrentan en las calles, los tiroteos se hacen mas frecuentes,
así como las respuestas de los desafectos. Un pelotón ha tomado posesión de los
alrededores del templo, mientras otros, se apostan en las tres entradas de la
iglesia y la sacristía, parapetados en el atrio, los grupos de soldados se
mueven desordenadamente por los callejones que circundan la cuadra y los
alrededores del mercado.
---Ton, Ton, Ton, habrán en nombre
de la ley!---grita uno de los soldados, frente al introito de la sacristía,
junto a la iglesia.
Se
inician los empujones sobre la puerta de la entrada, que hacen tronar los
maderos, la presión continua la hacer ceder, varios soldados penetran a la
habitación donde se enfrentan al sacerdote que se asoma por uno de los pasillos,
donde lo asaltan y rápidamente es reducido al orden y luego golpeado con una
culata, dejándole maltrecho..
--- Mi comandante --- grita un
soldado que junto a otros lo traen arrastrado hasta la entrada, después de
haberle propinado sendos golpes, con la sotana negra que se ve envuelta en
polvo y salpicada de sangre, con lujo de fuerza es puesto de rodillas y con un
fusil apuntando a su cabeza, lo exponen frente a su superior.---
---Ah!, el señor cura...--- con una
voz ronca socarrona que sonaba burla
--- Usted es uno de los famosos sotanudos
que colaboran con la guerrilla, hablando babosadas en sus sermones y
violentando a los pobladores de la comunidad!...---
--- Sabe una cosa…A eso se le llama
traición a la patria!--- se le acercó y le propinó tremendo bofetón, que le hizo
caer una vez mas, un hilo de sangre le brotó a través de sus labios, que evidenció
el tremendo golpe.
Tomado
un segundo aire el sacerdote se atrevió a decir:
--- Esta es la casa de Dios, es
lugar de paz, nada justifica la violencia…---
Se
limpió la boca con el dorso de la mano, é hizo el intento de incorporarse, el
peso de una bota se apoyó en su espalda y tras un culatazo le hacen caer
pesadamente.
--- No me venga con sermones. Usted
tiene antecedentes y ya le fue advertido con anterioridad --- luego
dirigiéndose a sus subalternos--- ¡Cuélguenlo de las patas en un lugar bien
visible!, para que sirva de escarnio a los desafectos y a tantos otros
catequistas que están metidos en estas refriegas.---
Los
grillos trasnochadores se escuchan a la vuelta de la esquina, la noche se pintaba
fría, el viento corría lento y trasportaba el temor de la ciudadanía Cubiertos
por el manto de la oscuridad un grupo de hombre se acercan hasta donde se
encuentra el castigado, que pende de sendos lazos de la cruz que se encuentra
en el atrio, junto a un rótulo que dice:
“TRAIDOR A LA PATRIA”,
alguien se encarama hasta la punta y corta los cordeles, que lo hacen caer
pesadamente hasta el piso.
---¡Está vivo! ---insinuó uno de los
participantes.
Desarrapado
y cubierto el rastro de sangre, apenas un hálito de vida le circunda, es
cargado entre varios y llevado hasta la calle donde una carreta de bueyes le
espera, cubierto entre las pacas de zacate y hojas de plátano, apenas algunos
insignificantes quejidos se dejan escuchar.
Al
cabo del tiempo
--- Dios te salve María… repite entre suspiros , mientras recorre con toda solemnidad las
décimas de su rosario. El hombre se sostiene ante la cabecera de la cama de sanatorio, a la espera que alguien le busque y que le
acompañe, la sala esta deshabitada, las cuatro camas restantes, se encuentran
sin colchoneta. Apenas un florero con geranios secos se despenica sobre la mesa
de noche.
Las
paredes derruidas muestran el deterioro del salón, aun con la ausencia de
materiales y medicinas, el personal de curación ha desaparecido. De paso a paso
se dirige con grandes esfuerzos, hasta el balcón de la ventana para asomarse,
el día transcurre con toda normalidad, un ejercito de almas se da a la tarea de
caminar por las angostas calles, deambulando en los volcanes de tierra dejadas
por las batallas resultantes, arremolinadas olas de polvo de los destrozos en las casa que son mas que
evidencia de las refriegas, los vehículos en su mayoría carretas yacen
parqueadas o boca arriba, después del
vendaval. El grupo espíritus con paso sereno y cubiertos de mantos blancos se
dirigen al camposanto donde la música de la naturaleza se confunde con el vaho se levanta entre las
rendijas de las verjas de los mausoleos, las tumbas les hacen valla para
enseñar los confines del descanso.
El
pensamiento de curita se hace fatídico, imaginando que se encuentra en soledad
ante tal paradigma.
--- ¿Estaré ya muerto? ---
Con
rodilla en tierra hace su acto de constricción, envuelve la camándula en la
mano y elevando sus ojos al cielo, le pide al creador, que le conceda acompañar
a su rebaño, en su último viaje.
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