miércoles, 19 de febrero de 2014

LOS CUERVOS



          Los cuervos se inclinaron para soltar su graznido, saltando de rama en rama se alinean con el viento para intimidar a los transeúntes que osan pasar por su lúgubre dominio.
          Los celajes con figura de espantapájaros, se doblaban al viento mostrando la penumbra de las sombras que caen en la tarde noche, en sigilosa armonía con los sueños de muerte.
          Una carreta se hamaquea en el trayecto de una vereda que solidariamente es guiada por la figura de un genio humano cubierto con el hábito de una sotana con oscura capucha que oculta el rostro como un ser que muestra el hálito incógnito de su espíritu. El vaho es expulsado a través de las fosas nasales del jumento que hace tracción del vehículo con mediano esfuerzo el movimiento, en el traqueteo de terracería sobre su carga.
          Su maquiavélico cargamento está compuesto por dos bultos, apretadamente confeccionados, sendos cadáveres envueltos en sábanas blancas, que sudan su muerte por los pecados cometidos. En el tablero de la parte posterior del vagón, transporta las estacas de madera que pronto llevarán los nombres y las insignias de los sujetos. En silencio el conductor, eleva sus pensamientos al aire, indiferencia consigna en su carga, sin sensaciones de miedo ni remordimiento solamente como testigo. Los despojos de los ejecutados son ropas y cordeles las máscaras de trapo, que les ocultaron los ojos antes de perder el juicio en el suplicio, un pedazo de cartón en forma de tarjeta amarrada a la bolsa portan la identificación y el almanaque de la sentencia con una doble X, causa indignante que les provocó su muerte.        Pausadamente el trote deformado de la bestia mular al arrastrase sobre las piedras, levantando el sonido de los  cascos sobre el barro que pisa en su tránsito, haciendo que las salpicaduras se impregnen de lodo las ruedas. Las ráfagas de temor circulan en el viento golpeando el rostro del cochero, mientras los cadáveres de los pasajeros se ven sacudidos por el movimiento. El camino tortuoso de donde provienen, rumbo iniciado en el patio del cadalso fincado en la penitenciería, donde fueron ejecutados como sanguinarios delincuentes.
          El pasaje sombrío, en forma de arco, que termina en el portal de ingreso al camposanto, permanece mudo hasta que una desteñida campana retumba una vez por cada víctima y el cortejo transcurre a paso lento hacia la parte mas recóndita y lejana del lugar, alejada de la mirada de los curiosos, entre los sauces y los cipreses que despiertan con su aroma, la boscosa arboleda. Allí se encuentran los sepultureros prestos a efectuar su labor, los agujeros de dos metros ya se encuentran confeccionados, con los terrones de barro y la tierra negra de olvido. Sin mayores lineamientos, los cuerpos son lanzados al fondo de las fosas, como costales de papas, sin aliento y sin pena, el paleo se mueve donde empieza la lluvia de tierra que los ocultará de la vista de los deudos y los caudillos.
          Los cuervos han migrado hasta el árbol de Jacaranda que se levanta en la cúpula del cementerio, es el campo de los desconocidos, de los delincuentes asesinos y sobre todo de los olvidados. En un auditorio de concilio observan, cadenciosas las aves que se esponjan acicalando sus alas, imitando el bullicio que enardece su observancia cuando los hombres dan por finalizado su esfuerzo de enterramiento.

          La multitud se ha hecho solidaria con el castigo de sus asesinos, quienes atados del cuello y manos les hacen caminar sobre la terracería de la calle que confluye en el frontispicio de la municipalidad, las arengas seguidas por el griterillo de las comparsas rebotan en las orillas de la Plaza pidiendo justicia. Los presuntos son puestos de rodillas ante la inminente aparición del jefe edilicio, mientras una barrera humana retiene al grueso de la población que enardecida quiere hacer justicia por su mano. El cofrade utiliza una vara de chirivisco para hacerles, sufrir como latigazos, el castigo ancestral, mientras se enfrentan al representante de la ley.
          El alcalde escucha las quejas en medio del bullicio de los afectados quienes empujan a pedir la muerte de los encartados. Hechores del mas grande los crímenes violación y asesinatos de una niña de escasa edad, quien fue sorprendida por los maleantes en el interior de su casa y ejecutada a mansalva después de consumado el pecado. La madre de la niña llora desconsoladamente, mientras las otras mujeres tratan de consolarla de su pérdida. Las autoridades competentes y la policía han tomado cartas en el asunto y son los encargados de encarcelar a los delincuentes, mientras el ministerio público recaba las declaraciones y las pruebas necesarias del deleznable acto.
          Tras una azarosa y larga participación de los juzgadores, durante  meses de dimes y diretes, recursos y revocatorias, con la escucha de pruebas todo cuanto se ventila en las instancias de un juez, es un veredicto de culpabilidad es el que pende de un hilo para ejecutar.
          Los cuervos de nuevo se aglomeran en las ramas de los árboles del parque, se entonan nerviosos en sacudidas la gritería de los estribillos de una lotería que termina con la condena de MUERTE.
          Otros tantos meses de infeliz espera, sentencia tras sentencia, mas que la solicitud de perdón al gobernante pasan de largo. Es la tristeza matizada de odio y angustia de los encartados, que son abandonados hasta por sus parientes, los prisioneros que se llenan de súplicas para borrar la maldad producida. Un aparente arrepentimiento que circula en la conciencia de los infractores quienes después de causar un irreparable daño, sin humildad gestionan el perdón de Dios, ya que la confesión no le devuelven la vida a las víctimas.
          Las horas de la madrugada transcurren de niebla y frío, la gendarmería penitenciaria  marchan con formación militar, haciéndole valla a los condenados, quienes amarrados fuertemente de las manos a su espalda desfilan entre los guardias, un destemplado redoblante les indica de cómo marcar el paso. El cortejo ingresa al patio central del cuartel, donde una enorme Ceiba antañona, le hace sombra a los escalones de una tarima improvisada de tablones de pino donde reposan los parales que cruzan de un lado a otro y sostienen los fatídicos cordeles, lazos entorchados con nudos de varias vueltas que terminan en un aza de la horca. Cadalso sin estreno que está pronto para recibir a los condenados frente a su estancia de muerte, son conducidos y se les  instala erguidos sobre bancos de regular tamaño para que alancen la altura de los lazos.
          El grueso nudo, áspero de maguey, se les enrolla en los lánguidos cuellos, que se recuestan a la izquierda sobre los hombros. Las capuchas oscuras han sido encasquetadas en los condenados, quienes no verán la proximidad del acto, se dejarán escuchar únicamente las frases de su sentencia, que termina con el paso de la ejecución.
          Se escucha el toque continuo del tambor, que va en incremento, mas activo y frecuente, junto a la tensión, hasta llegar al momento de en toque de queda, silencio que se interrumpe con la ejecución. Se remueven los bancos de una patada, el verdugo hace pender los cuerpos por estrangulamiento. Se aprieta la soga y el aliento deja de llegar. Los asesinos se sacuden, para mostrar las últimas instancias de vida que pasa por sus venas, hasta cumplir con los estertores, que hacen que abandone el espíritu del cuerpo.
          Los cuerpos son soltados de las alturas y ensamblados en mortajas de trapo y cargados en el carretón de funerario destino, que arranca hasta la salida del cuartel y se dirige al cementerio. Los cuervos deambulan por los alrededor del cortejo, la mancha precede el catafalco soltando augurios durante la marcha, hasta hacerse vecinos del terruño donde se efectúa el entierro.
 

martes, 18 de febrero de 2014

EL HIJO DEL ADMINISTRADOR



          El bullicio de la actividad pueblerina se manifestaba a lo largo de la calle que se tornaba en mercado, marcado por los calurosos días de la Semana Santa. El fragor de la cocina matizada con la elaboración de las tortillas que brincaban alegres en los comales de barro, la olla rebosante de caldo y el brillante aroma de los guisados con abundante tomate y las ricas viandas curtidas de arroz.
          Bajo las órdenes de la cocinera mayor, Doña Chayo, madre de Carmelina, la jovencita angelical que en pequeño delantal de florecitas se prestaba hacendosa, era la encargada darle vuelta a los guisos que respingaban en el sartén cubierto de aceites Chispuda la patoja de unos 14 años, de dorados cachetes y grandes ojos negros, que se fajaba en las actividades del comedor en apoyo a su mamá.
          Los comensales siempre la chuleaban, su hermoso cabello largo de color negro que le caía sobre la espalda, se colocaba unos hules que junto a la base del cuero cabelludo le estiraban los rizos, prensados para dejar visible la cola. Su juvenil cuerpo pintaba para una muchacha hermosa y simpática, que  mostraba su coquetería en su alegría. Cantaba trozos de canciones de moda  o se dedicaba a tararearlas cuando se dedicaba a la lavandería de los cubiertos y trastos.
          El casco del poblado donde se encontraba la estación del ferrocarril trabajaba un hombre de bigotes anchos y gorra de maquinista, que se encargaba de administrar la oficina del tren, La circunferencia de su cintura de unas cuantas pulgadas de mas, reposaba su barriga sobre el cinturón de cuero. Sentado él, permanecía en reposo durante las horas en que el ferroviario no transitaba, actividad que le circunscribía a la llegada y partida del convoy.
          Ese día en el transporte de pasajeros había arribado Luis fer, su único hijo, jovencito vivaracho que llegaba a disfrutar de esas pequeñas vacaciones de medio año, el chico estudiaba en la capital y llegaba con muchas ilusiones de disfrutar de la campiña, unos cuantos libros para el repaso de sus clase y con muchas ideas en su cabeza para plasmarlas como era escribir su inspiración en papel.
          El joven le encantaba escribir y se pasaba largas horas en la maquina de escribir Royal de la oficina de su padre. Con solo dos dedos picoteaba las redondas teclas que perforaban la cinta que se arrugaba al paso por el carrete, mientras las hojas de papel periódico pasaban a recoger las efemérides pintadas en su lomo.
          El asistente del administrador, Manuel era el encargado de mantener limpia la vivienda y en los horarios de las comidas ir a recoger las alegres viandas enviadas desde el comedor de la cercanía. Si el comedor de doña Chayo, la turumba de fresco de piña, el muñeco de un montón de  tortillas y los recipientes de comida que dejaban un aroma de exquisitez en todo el trayecto hasta la oficina, era todo un espectáculo la romería del regreso cuando con la curiosidad de lo contado por el asistente en la devolución del contingente se hacía acompañar por Luis fer, quien curioso se asomaba a la puerta de la cocina para husmear y enseñarse frente a la chica.
          Ella aunque muy sonriente no le miraba de frente, mas bien agachaba la cabeza halando las comisuras labiales para mostrar tímidamente sus dientes.
--- Oye Carmelina ven…! Te quieren conocer ---le gritaba Manuel desde las afueras.
          Se sonrojaba como tomate y no intentaba a decir nada, continuando con su labor de lavado de trastos, a pesar de las insistencias la chica medio mish se escondía tras la puerta con el fin de no dejarse ver, pero aprovechaba las rejillas de la sisa de madera para echarle un ojo al simpático patojo recién llegado, con peinado a la moda del rock, playera de manga corta y pantalones jeans. Con la misma  timidez el chico se retiraba algo frustrado al no tener respuesta, con la esperanza que otro día fuera el de la suerte de poder encararla o fuera mas accesible para presentarse e iniciarle una charla.
          Pasaron los días y en cada oportunidad el joven se asomaba aun sin la escusa de los trastos a los linderos del comedor, pescueceando con la idea de ver a la Carmelina. Optó por una de sus ocurrencias ya que entonces el interés se había incrementado ir a atalayarla en el caminito que se recorría para ir a recoger agua al río.
          Ella había mostrado cambios en su apariencia, ahora trataba de mantenerse bien peinada, una diadema le coronaba sus cabellos que le daban un atractivo especial, con sus ropas bien limpias y planchadas, con sus zapatitos cuando salía del cuarto del comedor.
          Una mañana se arregló y tomó el cántaro, se quitó el delantal, se alisó el vestido y salió de la casa. Caminaba a paso lento, como intuyendo el encuentro, en el descenso hacia el Ojo de agua tropezó con Luis fer, quien se quedó petrificado al verla, el sol le daba de frente mostrando su lindo y radiante rostro, sin detenerse pasó a su lado y se inclinó junto a la posa de agua para llenar su trasto. El chico se acercó, lleno de valor mientras ella se colocaba el trapo enrollado en su cabeza, le indicó.
--- Te ayudo con el cántaro…---
          De principio el mutismo , pero no se hizo esperar la respuesta como entre dientes.
--- Si quiere!, o acaso Ud. Lo va a cargar.---
          La respuesta inhibió al joven que en pleno envión había levantado el cántaro a la altura de la cintura…
---Haber súbalo, o acaso le pesa mucho?...--- Ella se agachó por un momento para acomodarlo sobre su cabeza --- Creía que tenía fuerza, ahh!...---
          Eso le lastimó y para no quedarse en el aire, respondió.
--- Haber yo lo cargo!...--- insistió con un poco mas de euforia--- cosas mas grandes he cargado, no digo!---
--- Ja, Ja, Ja…No me diga, en la cabeza?,  no creo a lo mejor la gorra  Ja, Ja, Ja ---
          El encuentro se había dado y las primeras palabras habían sido para romper el hielo. Cercano a la entrada de la casa le detuvo, después de un período de si y no.
--- Mejor se va por otro lado, ni quiero que lo vean en mi casa.--- apresuró el paso, al llegar a la entrada descendiendo el cántaro,  movió su cabeza y con la mano le envión un adiós muy singular.
          Por la tarde y por la prevención de la madre la chica se mantuvo junto al fuego gran parte del tiempo, quizás con la esperanza de tan solo poder verlo, pero solo Manuel hizo su ingreso al lugar a su acostumbrada visita, se le acercó sigilosamente y le metió la mano en la bolsa del delantal, sin mediar palabra recogió el rancho, despareciendo entre los celajes de la tarde.
          Curiosa buscó en su bolso que había depositado, encontrado un papel  en 8 dobleces, lo vio, redobló y  posteriormente lo guardó en un deshojado cuaderno donde practicaba su escritura. Así habían llegado varias notas que le mostraban y le impactaban por los corazoncitos pintados de rojo con una flecha atravesando de arriba abajo. Al principio los arrugaba junto a su pecho y luego los guardaba.
          La pálida luna se enmarcaba en el cenit iluminando en parte los escalones de la entrada de la estación, el silencio de las chicharras, que pedían la lluvia se hacía cada vez mas intensa, los sapos saltarines en su croa-croa regocijaban el ejercicio, así como la ola de calor, que alborotaban los zancudos. Nerviosamente el adolescente hacía espera,  se caminaba por el pasillo, se sentaba, al momento se ponía de pie, intrigado y nervioso esperaba con ansias su llegada. Pero Carmelina no se apareció.
          El despunte del alba no se hizo esperar. Tras el canto de los gallos que vieron salir los primeros rayos del sol. El pito del ferrocarril anunció la llegada del tren de pasajeros rumbo a la capital. El chico junto a su padre hacía valla a la entrada de los furgones de ventanales y asientos.
          Manuel corrió hasta el comedor, donde encontró a Carmelina, recién levantada y a punto de echar las tortillas del desayuno:
--- Muchacha , que haces?, niña que te pasa? acaso no leíste el mensaje que te deje ayer… Luis fer se va para la capital, se  encuentra en la estación a punto de tomar el tren que lo lleva a su casa, vamos adelántate, no te quieres despedir de él?---
          Ella se arrancó el delantal y salió corriendo, justo cuando el silbido lanzado por la máquina se anunciaba con el despegue, que arrastrada lentamente movía el convoy , efectivamente el envión y los jalones daban  vuelta las ruedas sobre los rieles, ella en su desesperación se asomó entre los callejones de las casuchas y los vagones abandonados, en el momento que en la ventana se alargaba el cuerpo del muchacho en su búsqueda. Ella caminó a la par de movimiento de tren, haciéndole señas hasta logró dejarse ver.
          El gritó:
--- Carmelina, que linda sos, sabes que nunca te dije pero te quiero mucho, te envié una nota, pues quería despedirme de ti con un beso pero tú nunca llegaste. Luego te vendré a buscar. Te amo niña bella.---
--- Perdóname, no pude ver el papelito, pero yo siento lo mismo por ti.--- tomó la palma  de su mano recogió y le lanzó un beso, en un adiós de mucha tristeza.
          El humo de la chimenea de la maquina y el soplo del vapor en sus lados empañó el lugar, mientras el transporte tomaba velocidad y empezaba a perderse en la distancia.
          Con lágrimas en sus ojos la chica linda, retornó por el camino que había llegado, acongojada y rabiosa zapateaba los terrones de tierra a su paso.
--- Como no le dije que aun no había aprendido a leer…!---

viernes, 14 de febrero de 2014

VOLCAN



          El transcurso del día había sido un tanto silencioso, incluso las aves que suelen reposar en los chiriviscos, parecían ausentes, como ahuyentados de vacaciones. Los perros de la casa habían preferido esconderse entre los montones de leña, en el cuarto de los cachivaches donde guardan los restos de la cosecha de maíz en mazorca. Los taburetes donde se colocan la sillas de montar se encontraba asediada por las gallinas que acompañadas de los demás animales buscaban un lugar donde pernoctar.
          Junto al fuego de la cocina nos encontrábamos, haciendo los comentarios, mientras el sueño nos alcanzaba y nos impulsaba para ir a dar un pestañazo. Un chico conciliando el sueño en brazos de su madre, buscaba con los movimientos de su cabeza la chiche para juguetear con ella y alimentarse, en fin dormirse.
          Un trueno y un pequeño movimiento nos alertó, el volcán estaba dando signos de estar con vida, me coloqué el sobrero y me aseguré de dejar abierta la puerta del rancho. La mujer se volteó el perraje y pasó a su espalda al chico. Se acercó hasta una de las camas y zangoloteo a la niña para que  despertara, medio amodorrada se sentó, para restregarse la cara. Estábamos alerta, de alguna manera el instinto de los animales nos pusieron sobre aviso del fenómeno.
--- Comadre… Comadre… sintió el temblor?.--- grito alguien  desde la  vecindad--- tenga cuidado con los patojos eh!---
          El piso se estremeció, los enseres se tambalearon después de escuchar el estruendo que provoco el eco de la explosiva erupción, las cenizas se esparcieron sobre el techo, las láminas se encorvaban por el peso de la pedrería incandescente que rebotaba desde el cielo, las tejas de la cornisa tableteaban como el sonido de las marimbas, mientras las paredes se arrugaban con grietas que se confundía entre la sisa de los adobes.
          Me eche a tuto a la muchachita y salimos los cuatro hasta entrada del huerto, por al caminito, llegaron los amigos con lámparas de mano señalando el espacio para aguantar los siguientes remezones.
          El temblor se prolongó por un buen rato y con las gentes optaron por salir de las casas al aire libre, siempre con el temor de la lluvia de meteoritos y cenizas que revoloteaban por momentos en el espacio Allí detenidos para observar a una considerable distancia, el magnífico espectáculo del coloso, que prendido de llamaradas rojas escupía con violencia sus malestares cargados de gases, una columna negra viajaba hasta el cielo, haciendo de las fumarola el candil de un río de lava que hervía en burbujas a través de los zanjones que descendían quemando cuanto encontraban a su paso.
          Corrí en búsqueda de la bestia, la Yegua que me acompañaba cuando salía a sembrar al campo, la había dejado amarrada en el cobertizo, la encontré, el pobre animal estaba encabritado, asustada y relinchaba tratando de deshacerse de sus ataduras. Me costó tranquilizarla, pero al fin la hice caminar hasta donde había considerado que estaba mas segura.
          Allí amanecimos más que desvelados, temerosos, los constantes retumbos y el ambiente cargado de azufre nos rodeaban, la mayoría de patojos habían desarrollado tos. Las mujeres hacendosas, buscaban la manera de hacer una fogata con la intención de calentar algunas cosas de comer y los jarros de café.
          Pero hasta ese momento no sabíamos lo que nos esperaba, a pesar de que las brigadas de socorro se habían acercado hasta las cercanías del campamento improvisado, para advertirnos que dejáramos el lugar, que estábamos en peligro de algo peor. Pero ni modo, nuestros ranchitos, los animales y aun algunas siembras estaban allí, nadie quería abandonar su terruño. Insistentemente se nos hizo ver especialmente a las mujeres que en compañía de los chirices se fueran con las cuadrillas de la Cruz Roja a los albergues de mas abajo.
          Necias, pero bajo insistencia quizás, algunas se decidieron a partir junto a sus familias. Se echaron a memeches a los niños y muchas de las cositas que podía acarrear, otras con sus tinajas fueron acompañadas de la mano de los chicos mas grandes y los recomendados de las vecinas, pero a pesar de eso, muchas se quedaron.
          El peregrinaje a través de los caminos empedrados y zanjones fue escabroso y de mucha tensión, fueron guiadas en su viaje por los portadores de los cascos de bomberos.
          El retumbo se hizo estrepitoso y las bocanadas de lava se dejaron venir, la oleada de la magma cubrieron gran parte de las faldas y las laderas del volcán, en el recodo de un embalase, la catarata hirviendo se dejó caer sobre una vena que se transformó en un embalse que le cortó el paso a los que habían salido.
          El grupo que permanecío en la pequeña loma cerca del caserillo, nos aculábamos en la parte mas alta, tratando de protegernos del calor y los vapores malignos. Algunas rocas incandescentes pasaron muy cerca del lugar impactando en alguno de los ranchos que se vieron reducido a cenizas en un santiamén. A lo lejos en la llanura lejos de allí, se dieron visas de amanecer, un destemplado gallo trataba de decirle buen día al sol, que en el oriente se despabilaba y se asomaba entre las columnas de humo, a pesar del frío de la madrugada, el vapor no nos mantenía quietos, sudorosos, con miedo, sobre nuestro destino. El monte había permanecido en relativa quietud, los pequeños temblores ya imperceptibles algunos se habían ido haciendo menos frecuentes, en un acto de temeridad me levanté en busca de una vereda que nos condujera hacia el camino del descenso, acompañado por el pequeño grupo de 7 hombres, iniciamos la ronda en búsqueda de una región donde los restos de lava no hubiesen carcomido los pasadizos que nos permitieran descender de la montaña...
          Caminamos a medida que el sol nos hizo sombra a las espaldas, en algunos tramos lo caliente de la tierra atravesaba el hule del caite. Agobiados por el calor nos dábamos aliento para continuar hacia el norte donde el cráter no se había roto, con forme avanzábamos alguna vegetación aunque seca daba señas de no haber sido alcanzada en su totalidad por las altas temperaturas. Tras un breve reposo, junto al grupo continuamos por dos largas horas hasta llegar a unas casitas, que aunque se encontraba abandonado, había sufrido pocos daños durante la erupción. Las aves de corral que habían sobrevivido se encontraban deambulando por los alrededores en busca de que alimentarse. Sin perder el tiempo, tomamos por la carretera de terracería para dirigirnos al pueblo, habíamos descendido llenos de agotamiento desde la mitad de la montaña, en el camino encontramos una avanzada de los socorristas que nos prestaron los primeros auxilios.
          Nos condujeron a través de una ambulancia al cuartel, una carpa que se extendía en las orillas del parque, Algunos de mis compañeros fueron atendidos por quemaduras y heridas provocados en la travesía. Yo estaba interesado como todos por la familia que había salido en avanzada antes de la erupción mayor. Me entrevisté con uno de los responsables de los paramédicos de la institución, que nos indicaron que no había tenido noticias del grupo de rescate que había descendido en la madrugada.
          Me temí lo peor, pensando, como no se quedaron conmigo?, somataba el sobrero sobre la tierra, haciendo un mea culpa de haberles dejado sin protección. El compadre y otros se empecinaron en ir en la búsqueda de familiares sobretodo de los niños, pero las autoridades no lo permitieron. Llenos de congoja y de tristeza, nos asentamos en una de las bancas del parque a clamar a Dios, orábamos con lágrimas que brotaban de ojos de la angustia de no saber nada del paradero.
          Hoy estamos en el cementerio local, disque enterrando los restos de la mujer y los dos hijos, que horrible, no salieron con vida  el manto caliente los cubrió, la ola de lava se los llevó para siempre. Un solo promontorio con tres cruces, es la tumba que se encuentra vacía, se los tragó el volcán. Voy a recoger las pocas cosas que me quedan y me iré a otro sitio, lejos… lejos donde el Volcán no me alcance… 



viernes, 7 de febrero de 2014

UN CAFE CON TU CONCIENCIA



          “Oye desde que te encontré te vi plácidamente sentado, frente al canasto repleto de champurradas que soltaban aroma a pan recién horneado, que hacías, Prudencio, recostado sobre tus codos, meditando las aventuras de lo que pudo ser tu vida, te agachabas frente a una humeante taza de café, imaginado que a través del humo que buscaba el cielo. Ibas a renacer. Me atrevo a decir que de las cosas que imaginabas, era en permanecer lejos de las actividades de trabajo, fuera de concurrir a ganarse honestamente la vida, afianzado a buscar un modus vivendi orientado a la pereza”
          “Te desperezabas estirando los brazos, dando muestras del letargo que te embargaba, tras ingerir un sorbo del elíxir, que quizás en otros tiempos te estimulaba para continuar la azarosa historias que se tejía en tu mente.
“Yo tu conciencia me veía opacada por tu actitud, no mas castillos en el aire, ni tan siquiera la imaginaria de tu cerebro era posible despertar, habías caído en el sopor de no querer hacer nada, mendingando los escasos esfuerzos para la consecución de un trabajo que te mantuviera a flote, algo para pasar el tiempo que te ayudara como suplir tus necesidades para seguir adelante.”
          “Vamos y el espíritu que?, eso te planteaba como tu conciencia. Era tu imagen a espejo que junto a los avatares de la vida te exigía un pedazo de intención para hacerte reaccionar,  y te repetía, ¡Oye! no hay que quedarse estancado solo en el pensar, te señalaba lo bueno que eras en el pasado para traer a tu mente quimeras, cuando de niño, aguerrido, buscabas estar adelante, realizando labores, que luego se desvanecían, al encontrar tropiezos.”
          “Que mas ahora te haces el sordo, de pronto cierras tus ojos, obstruyes tus oídos, te conformas con cambiar de lado del cachete que reposas sobre la mesa.
          Vamos, no es de quedarse en posición de pereza, levanta el ánimo.---  mientras te somataba la espalda con mi invisible mano.
          Muchas veces te vi, como te incorporabas lentamente, acudías a un nuevo sorbo de café, te mataba la pereza, volviéndote a desplomar sobre el tapete, como quien no pone interés en escuchar los consejos de tu otro yo”.
          “Te impulsaba, con el instinto y hacerte tomar un aire para deambular por las calles, con tu fachada de indiferencia, figura por Dios Santo, tus pantalones guangochos, la camisa por fuera del cinturón y una gorra de lana que te ocultaba el desteñido rostro. Hurgaba en tu sentir, pero los pensamientos seguían siendo fríos, sin mas allá, ocultabas las manos entre los bolsillos para disimular el frío y luego apostabas a buscar una grada en el portal de una casa, o en el bordillo de una esquina para recuperar el aliento que habías perdido junto a tu alma”..
          “A tu espalda con tus espíritus personales nos acercábamos para confrontarte e infundirte gracia. Los susurros que intrépidamente hacíamos cruzar por tus orejas se volvía letanías olvidadas al no tener eco en la psiquis de tu ser. Haciendo un retórico esfuerzo, dabas marcha atrás, para detenerte en los barrotes de arte que circundaban el atrio de la iglesia.
          Locales sacros que en sus adentros retocaba la música de cancioncitas que le estimulaban algún recuerdo del pasado, entonces acomodabas tu famélico cuerpo en alguna de las bancas, donde sacabas un cigarrillo a medio fumar, restregando un fósforo en la carterita a la que le quedaba solo el zócalo de donde se prende, con dos sobones la lumbre se hacía, quemando el papel y tabaco de tu pito”.
          “Entonces Yo…la conciencia volvía a la carga, sentada en el esquinero de tu banca para insinuarte recomendaciones de estimulo a tu ido amanecer.
Vamos… Prudencio, que te hace pensar que las cosas caerán del cielo. Ándale búscate un camino, una labor, no desperdicies así tu vida…
          A pesar de indicaciones, como si nada, tu seguías en el limbo, el humo de tu cigarrillo exhalado por nariz y boca, se perdía en el espacio de las ideas, así como las palabras que se arrastraban por el viento, te rascabas la cabellera ya abundante, te encasquetaba nuevamente la gorra y parsimoniosamente te retirabas. Arrastrando los pies hasta converger en la boca calle donde te cruzabas en mi camino, más que oídos sordos porque optabas por regresar hasta la vivienda, en el trayecto veía a los transeúntes como se apartaban de tu figura, cambiando de acera o de buscar la mayor distancia para no pasar junto a tu desaliñada humanidad.”
          “Hablabas en silencio contigo mismo, como un director de orquesta que con su dedo índice hace maromas para reflejar lo que en sus discursos balbuceaba en el dictado de  una plática. Señalando en ocaciones hasta el cielo, ocultándose del sol que te brillaba.
          Tocaba tu mente y empujaba tu espalda con el fin de que hicieras el esfuerzo de poner atención, huías desenfrenadamente ante las peticiones de los espíritus que mostraban diferentes caras, el heroísmo pestilente del mal y los jinetes apocalípticos de los vicios, que te acosaban con una vida fácil, camino lleno de fantasías, cultivados con granjerías de poder y abrumado de tesoros.  Siempre te acompañaba entre el humor y la piel como tu alma gemela, a lo mejor tú no lo veías como castigo. 
          Cerrabas a mi paso la puerta de la entrada, con pestillo y candado, para impedir que te siguiera, pero me colaba entre tus alientos marcando el paso hasta donde te escondías en los rincones de la casa. Asumiendo mi obligación me encerraba frente a tus ojos, con la simple presencia para presionarte hacia el deseo positivo que siempre cargabas en la espalda, te acurrucabas en el colchón de tu cama cubriéndote por completo con las sábanas de la indiferencia y del no quiero, hasta que te olvidabas  de todo con el tránsito del sueño.”
          “Si, Prudencio, tu conciencia, naciste con ella y te enterraran igual, donde siempre hubo alivio cuando obraste en bien, me hiciste solazar, cuando mediante tus escasos actor de caridad dieron al traste con tu comportamiento, me agradaste cuando de tu propia inspiración te acercaste al ataúd de tu madre a depositar una rosa de recuerdo, cuando rompiste con la beligerancia de tu padrastro, quien te daba malos tratos. Vaya si no fue alivio en la entrega de las notas y el respectivo cartón a la hora de terminar la escuela primaria.
          Si, me vi en trapos de cucaracha y despechada frustración en el momento que tras bambalinas entraste a mundo de la droga, porfavoer no me eches el muerto, yo estaba allí, pero tampoco me escuchaste, con miles de excusas, te incorporaste a esa vida, ya soy grande y puedo hacer lo que me venga en gana, que los amigos me hacen sentir poderoso, etc. Reventaste el vínculo con el espíritu y te dejaste llevar por las lisonjearías de quienes “te querían tanto”, manchas en tu piel dirigidas a dar pertenencia a las maras a través de tatuajes malévolos, que señalaron no solo tu cuerpo, tu alma”
“Si…. Amigo has caído muy bajo y yo contigo, ya no hay amigos, no hay poder, no hay dinero, eres tan solo una piltrafa de hombre, huyendo de ti mismo, rodeado de frustraciones.
          El mayor desamparo y necesidad de todo, ayer te vi frente a una taza de café, mas tarde fumando una colilla de cigarrillo, con la agonía de no tener un pan para llenar tu estómago. Sigues desalineado, sucio y en pleno abandono, las vicisitudes de la vida te agobian y las enfermedades te asedian a lo largo y a lo ancho. Más yo no puedo mas que dictarte, no he podido romper tu sordera y menos tu buen juicio”.
          Hoy estuve en tu lecho de muerte en una abandonada cama de hospital, en el pabellón de uno de los males del siglo, nos encaramos para darnos una despedida, la caja de pino que contiene además de tus restos me hace espacio, creo que hasta hoy y siempre has escuchado mis consejos, mas no los has practicado, veras que todo el mundo te ha olvidado, en este no habrá velatorio,  el entierro será frente al sepulturero, nadie mas”
          Sin asomo de flores y menos de lápida este desconocido pasará los próximos años en esta fría fosa, hasta que se convierta en polvo. En la escuálida cruz de madera que señala su mortuaria morada, rezará.

 “AQUÍ YACE PRUDENCIO Y SU CONCIENCIA”