viernes, 14 de febrero de 2014

VOLCAN



          El transcurso del día había sido un tanto silencioso, incluso las aves que suelen reposar en los chiriviscos, parecían ausentes, como ahuyentados de vacaciones. Los perros de la casa habían preferido esconderse entre los montones de leña, en el cuarto de los cachivaches donde guardan los restos de la cosecha de maíz en mazorca. Los taburetes donde se colocan la sillas de montar se encontraba asediada por las gallinas que acompañadas de los demás animales buscaban un lugar donde pernoctar.
          Junto al fuego de la cocina nos encontrábamos, haciendo los comentarios, mientras el sueño nos alcanzaba y nos impulsaba para ir a dar un pestañazo. Un chico conciliando el sueño en brazos de su madre, buscaba con los movimientos de su cabeza la chiche para juguetear con ella y alimentarse, en fin dormirse.
          Un trueno y un pequeño movimiento nos alertó, el volcán estaba dando signos de estar con vida, me coloqué el sobrero y me aseguré de dejar abierta la puerta del rancho. La mujer se volteó el perraje y pasó a su espalda al chico. Se acercó hasta una de las camas y zangoloteo a la niña para que  despertara, medio amodorrada se sentó, para restregarse la cara. Estábamos alerta, de alguna manera el instinto de los animales nos pusieron sobre aviso del fenómeno.
--- Comadre… Comadre… sintió el temblor?.--- grito alguien  desde la  vecindad--- tenga cuidado con los patojos eh!---
          El piso se estremeció, los enseres se tambalearon después de escuchar el estruendo que provoco el eco de la explosiva erupción, las cenizas se esparcieron sobre el techo, las láminas se encorvaban por el peso de la pedrería incandescente que rebotaba desde el cielo, las tejas de la cornisa tableteaban como el sonido de las marimbas, mientras las paredes se arrugaban con grietas que se confundía entre la sisa de los adobes.
          Me eche a tuto a la muchachita y salimos los cuatro hasta entrada del huerto, por al caminito, llegaron los amigos con lámparas de mano señalando el espacio para aguantar los siguientes remezones.
          El temblor se prolongó por un buen rato y con las gentes optaron por salir de las casas al aire libre, siempre con el temor de la lluvia de meteoritos y cenizas que revoloteaban por momentos en el espacio Allí detenidos para observar a una considerable distancia, el magnífico espectáculo del coloso, que prendido de llamaradas rojas escupía con violencia sus malestares cargados de gases, una columna negra viajaba hasta el cielo, haciendo de las fumarola el candil de un río de lava que hervía en burbujas a través de los zanjones que descendían quemando cuanto encontraban a su paso.
          Corrí en búsqueda de la bestia, la Yegua que me acompañaba cuando salía a sembrar al campo, la había dejado amarrada en el cobertizo, la encontré, el pobre animal estaba encabritado, asustada y relinchaba tratando de deshacerse de sus ataduras. Me costó tranquilizarla, pero al fin la hice caminar hasta donde había considerado que estaba mas segura.
          Allí amanecimos más que desvelados, temerosos, los constantes retumbos y el ambiente cargado de azufre nos rodeaban, la mayoría de patojos habían desarrollado tos. Las mujeres hacendosas, buscaban la manera de hacer una fogata con la intención de calentar algunas cosas de comer y los jarros de café.
          Pero hasta ese momento no sabíamos lo que nos esperaba, a pesar de que las brigadas de socorro se habían acercado hasta las cercanías del campamento improvisado, para advertirnos que dejáramos el lugar, que estábamos en peligro de algo peor. Pero ni modo, nuestros ranchitos, los animales y aun algunas siembras estaban allí, nadie quería abandonar su terruño. Insistentemente se nos hizo ver especialmente a las mujeres que en compañía de los chirices se fueran con las cuadrillas de la Cruz Roja a los albergues de mas abajo.
          Necias, pero bajo insistencia quizás, algunas se decidieron a partir junto a sus familias. Se echaron a memeches a los niños y muchas de las cositas que podía acarrear, otras con sus tinajas fueron acompañadas de la mano de los chicos mas grandes y los recomendados de las vecinas, pero a pesar de eso, muchas se quedaron.
          El peregrinaje a través de los caminos empedrados y zanjones fue escabroso y de mucha tensión, fueron guiadas en su viaje por los portadores de los cascos de bomberos.
          El retumbo se hizo estrepitoso y las bocanadas de lava se dejaron venir, la oleada de la magma cubrieron gran parte de las faldas y las laderas del volcán, en el recodo de un embalase, la catarata hirviendo se dejó caer sobre una vena que se transformó en un embalse que le cortó el paso a los que habían salido.
          El grupo que permanecío en la pequeña loma cerca del caserillo, nos aculábamos en la parte mas alta, tratando de protegernos del calor y los vapores malignos. Algunas rocas incandescentes pasaron muy cerca del lugar impactando en alguno de los ranchos que se vieron reducido a cenizas en un santiamén. A lo lejos en la llanura lejos de allí, se dieron visas de amanecer, un destemplado gallo trataba de decirle buen día al sol, que en el oriente se despabilaba y se asomaba entre las columnas de humo, a pesar del frío de la madrugada, el vapor no nos mantenía quietos, sudorosos, con miedo, sobre nuestro destino. El monte había permanecido en relativa quietud, los pequeños temblores ya imperceptibles algunos se habían ido haciendo menos frecuentes, en un acto de temeridad me levanté en busca de una vereda que nos condujera hacia el camino del descenso, acompañado por el pequeño grupo de 7 hombres, iniciamos la ronda en búsqueda de una región donde los restos de lava no hubiesen carcomido los pasadizos que nos permitieran descender de la montaña...
          Caminamos a medida que el sol nos hizo sombra a las espaldas, en algunos tramos lo caliente de la tierra atravesaba el hule del caite. Agobiados por el calor nos dábamos aliento para continuar hacia el norte donde el cráter no se había roto, con forme avanzábamos alguna vegetación aunque seca daba señas de no haber sido alcanzada en su totalidad por las altas temperaturas. Tras un breve reposo, junto al grupo continuamos por dos largas horas hasta llegar a unas casitas, que aunque se encontraba abandonado, había sufrido pocos daños durante la erupción. Las aves de corral que habían sobrevivido se encontraban deambulando por los alrededores en busca de que alimentarse. Sin perder el tiempo, tomamos por la carretera de terracería para dirigirnos al pueblo, habíamos descendido llenos de agotamiento desde la mitad de la montaña, en el camino encontramos una avanzada de los socorristas que nos prestaron los primeros auxilios.
          Nos condujeron a través de una ambulancia al cuartel, una carpa que se extendía en las orillas del parque, Algunos de mis compañeros fueron atendidos por quemaduras y heridas provocados en la travesía. Yo estaba interesado como todos por la familia que había salido en avanzada antes de la erupción mayor. Me entrevisté con uno de los responsables de los paramédicos de la institución, que nos indicaron que no había tenido noticias del grupo de rescate que había descendido en la madrugada.
          Me temí lo peor, pensando, como no se quedaron conmigo?, somataba el sobrero sobre la tierra, haciendo un mea culpa de haberles dejado sin protección. El compadre y otros se empecinaron en ir en la búsqueda de familiares sobretodo de los niños, pero las autoridades no lo permitieron. Llenos de congoja y de tristeza, nos asentamos en una de las bancas del parque a clamar a Dios, orábamos con lágrimas que brotaban de ojos de la angustia de no saber nada del paradero.
          Hoy estamos en el cementerio local, disque enterrando los restos de la mujer y los dos hijos, que horrible, no salieron con vida  el manto caliente los cubrió, la ola de lava se los llevó para siempre. Un solo promontorio con tres cruces, es la tumba que se encuentra vacía, se los tragó el volcán. Voy a recoger las pocas cosas que me quedan y me iré a otro sitio, lejos… lejos donde el Volcán no me alcance… 



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