El
transcurso del día había sido un tanto silencioso, incluso las aves que suelen reposar
en los chiriviscos, parecían ausentes, como ahuyentados de vacaciones. Los perros
de la casa habían preferido esconderse entre los montones de leña, en el cuarto
de los cachivaches donde guardan los restos de la cosecha de maíz en mazorca.
Los taburetes donde se colocan la sillas de montar se encontraba asediada por las
gallinas que acompañadas de los demás animales buscaban un lugar donde
pernoctar.
Junto
al fuego de la cocina nos encontrábamos, haciendo los comentarios, mientras el
sueño nos alcanzaba y nos impulsaba para ir a dar un pestañazo. Un chico
conciliando el sueño en brazos de su madre, buscaba con los movimientos de su
cabeza la chiche para juguetear con ella y alimentarse, en fin dormirse.
Un
trueno y un pequeño movimiento nos alertó, el volcán estaba dando signos de
estar con vida, me coloqué el sobrero y me aseguré de dejar abierta la puerta
del rancho. La mujer se volteó el perraje y pasó a su espalda al chico. Se
acercó hasta una de las camas y zangoloteo a la niña para que despertara, medio amodorrada se sentó, para
restregarse la cara. Estábamos alerta, de alguna manera el instinto de los
animales nos pusieron sobre aviso del fenómeno.
--- Comadre… Comadre… sintió el
temblor?.--- grito alguien desde la vecindad--- tenga cuidado con los patojos
eh!---
El
piso se estremeció, los enseres se tambalearon después de escuchar el estruendo
que provoco el eco de la explosiva erupción, las cenizas se esparcieron sobre
el techo, las láminas se encorvaban por el peso de la pedrería incandescente
que rebotaba desde el cielo, las tejas de la cornisa tableteaban como el sonido
de las marimbas, mientras las paredes se arrugaban con grietas que se confundía
entre la sisa de los adobes.
Me
eche a tuto a la muchachita y salimos los cuatro hasta entrada del huerto, por
al caminito, llegaron los amigos con lámparas de mano señalando el espacio para
aguantar los siguientes remezones.
El
temblor se prolongó por un buen rato y con las gentes optaron por salir de las
casas al aire libre, siempre con el temor de la lluvia de meteoritos y cenizas
que revoloteaban por momentos en el espacio Allí detenidos para observar a una
considerable distancia, el magnífico espectáculo del coloso, que prendido de
llamaradas rojas escupía con violencia sus malestares cargados de gases, una
columna negra viajaba hasta el cielo, haciendo de las fumarola el candil de un
río de lava que hervía en burbujas a través de los zanjones que descendían
quemando cuanto encontraban a su paso.
Corrí
en búsqueda de la bestia, la
Yegua que me acompañaba cuando salía a sembrar al campo, la
había dejado amarrada en el cobertizo, la encontré, el pobre animal estaba
encabritado, asustada y relinchaba tratando de deshacerse de sus ataduras. Me
costó tranquilizarla, pero al fin la hice caminar hasta donde había considerado
que estaba mas segura.
Allí
amanecimos más que desvelados, temerosos, los constantes retumbos y el ambiente
cargado de azufre nos rodeaban, la mayoría de patojos habían desarrollado tos.
Las mujeres hacendosas, buscaban la manera de hacer una fogata con la intención
de calentar algunas cosas de comer y los jarros de café.
Pero
hasta ese momento no sabíamos lo que nos esperaba, a pesar de que las brigadas
de socorro se habían acercado hasta las cercanías del campamento improvisado,
para advertirnos que dejáramos el lugar, que estábamos en peligro de algo peor.
Pero ni modo, nuestros ranchitos, los animales y aun algunas siembras estaban
allí, nadie quería abandonar su terruño. Insistentemente se nos hizo ver especialmente
a las mujeres que en compañía de los chirices se fueran con las cuadrillas de la
Cruz Roja a los albergues de mas abajo.
Necias,
pero bajo insistencia quizás, algunas se decidieron a partir junto a sus
familias. Se echaron a memeches a los niños y muchas de las cositas que podía
acarrear, otras con sus tinajas fueron acompañadas de la mano de los chicos mas
grandes y los recomendados de las vecinas, pero a pesar de eso, muchas se
quedaron.
El
peregrinaje a través de los caminos empedrados y zanjones fue escabroso y de
mucha tensión, fueron guiadas en su viaje por los portadores de los cascos de
bomberos.
El
retumbo se hizo estrepitoso y las bocanadas de lava se dejaron venir, la oleada
de la magma cubrieron gran parte de las faldas y las laderas del volcán, en el
recodo de un embalase, la catarata hirviendo se dejó caer sobre una vena que se
transformó en un embalse que le cortó el paso a los que habían salido.
El
grupo que permanecío en la pequeña loma cerca del caserillo, nos aculábamos en
la parte mas alta, tratando de protegernos del calor y los vapores malignos.
Algunas rocas incandescentes pasaron muy cerca del lugar impactando en alguno
de los ranchos que se vieron reducido a cenizas en un santiamén. A lo lejos en
la llanura lejos de allí, se dieron visas de amanecer, un destemplado gallo
trataba de decirle buen día al sol, que en el oriente se despabilaba y se
asomaba entre las columnas de humo, a pesar del frío de la madrugada, el vapor
no nos mantenía quietos, sudorosos, con miedo, sobre nuestro destino. El monte
había permanecido en relativa quietud, los pequeños temblores ya imperceptibles
algunos se habían ido haciendo menos frecuentes, en un acto de temeridad me
levanté en busca de una vereda que nos condujera hacia el camino del descenso,
acompañado por el pequeño grupo de 7 hombres, iniciamos la ronda en búsqueda de
una región donde los restos de lava no hubiesen carcomido los pasadizos que nos
permitieran descender de la montaña...
Caminamos
a medida que el sol nos hizo sombra a las espaldas, en algunos tramos lo
caliente de la tierra atravesaba el hule del caite. Agobiados por el calor nos
dábamos aliento para continuar hacia el norte donde el cráter no se había roto,
con forme avanzábamos alguna vegetación aunque seca daba señas de no haber sido
alcanzada en su totalidad por las altas temperaturas. Tras un breve reposo,
junto al grupo continuamos por dos largas horas hasta llegar a unas casitas,
que aunque se encontraba abandonado, había sufrido pocos daños durante la
erupción. Las aves de corral que habían sobrevivido se encontraban deambulando
por los alrededores en busca de que alimentarse. Sin perder el tiempo, tomamos
por la carretera de terracería para dirigirnos al pueblo, habíamos descendido llenos
de agotamiento desde la mitad de la montaña, en el camino encontramos una
avanzada de los socorristas que nos prestaron los primeros auxilios.
Nos
condujeron a través de una ambulancia al cuartel, una carpa que se extendía en
las orillas del parque, Algunos de mis compañeros fueron atendidos por
quemaduras y heridas provocados en la travesía. Yo estaba interesado como todos
por la familia que había salido en avanzada antes de la erupción mayor. Me
entrevisté con uno de los responsables de los paramédicos de la institución,
que nos indicaron que no había tenido noticias del grupo de rescate que había
descendido en la madrugada.
Me
temí lo peor, pensando, como no se quedaron conmigo?, somataba el sobrero sobre
la tierra, haciendo un mea culpa de haberles dejado sin protección. El compadre
y otros se empecinaron en ir en la búsqueda de familiares sobretodo de los
niños, pero las autoridades no lo permitieron. Llenos de congoja y de tristeza,
nos asentamos en una de las bancas del parque a clamar a Dios, orábamos con lágrimas
que brotaban de ojos de la angustia de no saber nada del paradero.
Hoy
estamos en el cementerio local, disque enterrando los restos de la mujer y los
dos hijos, que horrible, no salieron con vida
el manto caliente los cubrió, la ola de lava se los llevó para siempre.
Un solo promontorio con tres cruces, es la tumba que se encuentra vacía, se los
tragó el volcán. Voy a recoger las pocas cosas que me quedan y me iré a otro
sitio, lejos… lejos donde el Volcán no me alcance…
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