miércoles, 19 de febrero de 2014

LOS CUERVOS



          Los cuervos se inclinaron para soltar su graznido, saltando de rama en rama se alinean con el viento para intimidar a los transeúntes que osan pasar por su lúgubre dominio.
          Los celajes con figura de espantapájaros, se doblaban al viento mostrando la penumbra de las sombras que caen en la tarde noche, en sigilosa armonía con los sueños de muerte.
          Una carreta se hamaquea en el trayecto de una vereda que solidariamente es guiada por la figura de un genio humano cubierto con el hábito de una sotana con oscura capucha que oculta el rostro como un ser que muestra el hálito incógnito de su espíritu. El vaho es expulsado a través de las fosas nasales del jumento que hace tracción del vehículo con mediano esfuerzo el movimiento, en el traqueteo de terracería sobre su carga.
          Su maquiavélico cargamento está compuesto por dos bultos, apretadamente confeccionados, sendos cadáveres envueltos en sábanas blancas, que sudan su muerte por los pecados cometidos. En el tablero de la parte posterior del vagón, transporta las estacas de madera que pronto llevarán los nombres y las insignias de los sujetos. En silencio el conductor, eleva sus pensamientos al aire, indiferencia consigna en su carga, sin sensaciones de miedo ni remordimiento solamente como testigo. Los despojos de los ejecutados son ropas y cordeles las máscaras de trapo, que les ocultaron los ojos antes de perder el juicio en el suplicio, un pedazo de cartón en forma de tarjeta amarrada a la bolsa portan la identificación y el almanaque de la sentencia con una doble X, causa indignante que les provocó su muerte.        Pausadamente el trote deformado de la bestia mular al arrastrase sobre las piedras, levantando el sonido de los  cascos sobre el barro que pisa en su tránsito, haciendo que las salpicaduras se impregnen de lodo las ruedas. Las ráfagas de temor circulan en el viento golpeando el rostro del cochero, mientras los cadáveres de los pasajeros se ven sacudidos por el movimiento. El camino tortuoso de donde provienen, rumbo iniciado en el patio del cadalso fincado en la penitenciería, donde fueron ejecutados como sanguinarios delincuentes.
          El pasaje sombrío, en forma de arco, que termina en el portal de ingreso al camposanto, permanece mudo hasta que una desteñida campana retumba una vez por cada víctima y el cortejo transcurre a paso lento hacia la parte mas recóndita y lejana del lugar, alejada de la mirada de los curiosos, entre los sauces y los cipreses que despiertan con su aroma, la boscosa arboleda. Allí se encuentran los sepultureros prestos a efectuar su labor, los agujeros de dos metros ya se encuentran confeccionados, con los terrones de barro y la tierra negra de olvido. Sin mayores lineamientos, los cuerpos son lanzados al fondo de las fosas, como costales de papas, sin aliento y sin pena, el paleo se mueve donde empieza la lluvia de tierra que los ocultará de la vista de los deudos y los caudillos.
          Los cuervos han migrado hasta el árbol de Jacaranda que se levanta en la cúpula del cementerio, es el campo de los desconocidos, de los delincuentes asesinos y sobre todo de los olvidados. En un auditorio de concilio observan, cadenciosas las aves que se esponjan acicalando sus alas, imitando el bullicio que enardece su observancia cuando los hombres dan por finalizado su esfuerzo de enterramiento.

          La multitud se ha hecho solidaria con el castigo de sus asesinos, quienes atados del cuello y manos les hacen caminar sobre la terracería de la calle que confluye en el frontispicio de la municipalidad, las arengas seguidas por el griterillo de las comparsas rebotan en las orillas de la Plaza pidiendo justicia. Los presuntos son puestos de rodillas ante la inminente aparición del jefe edilicio, mientras una barrera humana retiene al grueso de la población que enardecida quiere hacer justicia por su mano. El cofrade utiliza una vara de chirivisco para hacerles, sufrir como latigazos, el castigo ancestral, mientras se enfrentan al representante de la ley.
          El alcalde escucha las quejas en medio del bullicio de los afectados quienes empujan a pedir la muerte de los encartados. Hechores del mas grande los crímenes violación y asesinatos de una niña de escasa edad, quien fue sorprendida por los maleantes en el interior de su casa y ejecutada a mansalva después de consumado el pecado. La madre de la niña llora desconsoladamente, mientras las otras mujeres tratan de consolarla de su pérdida. Las autoridades competentes y la policía han tomado cartas en el asunto y son los encargados de encarcelar a los delincuentes, mientras el ministerio público recaba las declaraciones y las pruebas necesarias del deleznable acto.
          Tras una azarosa y larga participación de los juzgadores, durante  meses de dimes y diretes, recursos y revocatorias, con la escucha de pruebas todo cuanto se ventila en las instancias de un juez, es un veredicto de culpabilidad es el que pende de un hilo para ejecutar.
          Los cuervos de nuevo se aglomeran en las ramas de los árboles del parque, se entonan nerviosos en sacudidas la gritería de los estribillos de una lotería que termina con la condena de MUERTE.
          Otros tantos meses de infeliz espera, sentencia tras sentencia, mas que la solicitud de perdón al gobernante pasan de largo. Es la tristeza matizada de odio y angustia de los encartados, que son abandonados hasta por sus parientes, los prisioneros que se llenan de súplicas para borrar la maldad producida. Un aparente arrepentimiento que circula en la conciencia de los infractores quienes después de causar un irreparable daño, sin humildad gestionan el perdón de Dios, ya que la confesión no le devuelven la vida a las víctimas.
          Las horas de la madrugada transcurren de niebla y frío, la gendarmería penitenciaria  marchan con formación militar, haciéndole valla a los condenados, quienes amarrados fuertemente de las manos a su espalda desfilan entre los guardias, un destemplado redoblante les indica de cómo marcar el paso. El cortejo ingresa al patio central del cuartel, donde una enorme Ceiba antañona, le hace sombra a los escalones de una tarima improvisada de tablones de pino donde reposan los parales que cruzan de un lado a otro y sostienen los fatídicos cordeles, lazos entorchados con nudos de varias vueltas que terminan en un aza de la horca. Cadalso sin estreno que está pronto para recibir a los condenados frente a su estancia de muerte, son conducidos y se les  instala erguidos sobre bancos de regular tamaño para que alancen la altura de los lazos.
          El grueso nudo, áspero de maguey, se les enrolla en los lánguidos cuellos, que se recuestan a la izquierda sobre los hombros. Las capuchas oscuras han sido encasquetadas en los condenados, quienes no verán la proximidad del acto, se dejarán escuchar únicamente las frases de su sentencia, que termina con el paso de la ejecución.
          Se escucha el toque continuo del tambor, que va en incremento, mas activo y frecuente, junto a la tensión, hasta llegar al momento de en toque de queda, silencio que se interrumpe con la ejecución. Se remueven los bancos de una patada, el verdugo hace pender los cuerpos por estrangulamiento. Se aprieta la soga y el aliento deja de llegar. Los asesinos se sacuden, para mostrar las últimas instancias de vida que pasa por sus venas, hasta cumplir con los estertores, que hacen que abandone el espíritu del cuerpo.
          Los cuerpos son soltados de las alturas y ensamblados en mortajas de trapo y cargados en el carretón de funerario destino, que arranca hasta la salida del cuartel y se dirige al cementerio. Los cuervos deambulan por los alrededor del cortejo, la mancha precede el catafalco soltando augurios durante la marcha, hasta hacerse vecinos del terruño donde se efectúa el entierro.
 

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